Cartas
Las tías viejas
Señor director:
"Las bellas damas que desde su sabiduría y avanzada edad, nos cuentan la historia verídica y cotidiana, que no habita en libros o reportes oficiales de nuestras propias familias y a través de ellas, del devenir aventurero y épico de Antofagasta".
Todo clan familiar que se precie de tal, debe tener un grupo de señoras de gran ternura, inagotable paciencia e incalculable edad que con su ilustre presencia dan vida y sentido a la familia en el recorrido de la existencia humana. Señoras invitadas o no, que siempre estén presentes en toda ocasión familiar, sea esta desde la llegada de una nueva vida, hasta la despedida de otra. Ellas reúnen en conjunto, todas las experiencias femeninas de una vida: las hay casadas o separadas, viudas o abandonadas, con uno o varios maridos, con hijos o sin ellos, incluso con amantes y amores espectaculares en sus tiempos mozos. Mujeres del norte, mujeres que amaron intensamente a sus hombres y cuando ya los han perdido se regocijan en sus hijos, nietos y bisnietos. Ellas son las tías, las tías viejas, las que le dan solidez al presente, en las raíces del pasado familiar.
Antofagasta y su gente vuelven a vivir en todo su esplendor y mérito, en las memorias privilegiadas de estas señoras maravillosas que todo lo saben y si no lo saben, llenan los vacíos de la historia individual con las lógicas suposiciones de quienes conocen con exactitud los pormenores tangenciales de las vidas narradas de cada personaje en la azarosa existencia personal de existir y prosperar en una ciudad de sacrificio y trabajo duro, e injusticias varias, sorteando las dificultades en los acontecimientos más domésticos que una familia puede vivir.
Parece que nuestra Antofagasta se desvanece en el tiempo... así como las campanadas del reloj de los ingleses se van atenuando suavemente los aires húmedos de una madrugada invernal en la plaza Colón. Hoy se nos pierde la tranquilidad de los vecinos y familias conocidas, el barrio que conocimos desaparece. Los nuevos rostros que vemos parecen no reconocer y querer la ciudad que construimos con tanto esfuerzo... y el currículo de enseñanza en escuelas y liceos no ayuda a relevar la historia heroica de Antofagasta y su gente. La estridencia de letras groseras, reemplazó al vals de Antofagasta. Las calles repletas de sol, se atiborran de gritos delirantes, las vitrinas otrora luminosas y bellas, ya no son obras de arte urbano y fueron cubiertas por nubes de fritangas descontroladas y aceites vaciados al piso. Esa Antofagasta nostálgica y correcta se resbala desde mis letras, como la narración exacta y cariñosa que las tías viejas hacen de su familia y seres queridos cada vez que tiene la oportunidad en una tertulia familiar.
Ricardo Rabanal Bustos
magíster en Educación
profesor de Historia y cronista