El mar, los huiros, y Secundino
Cada vez que las marejadas arrojan el huiro a la orilla del mar, Secundino Tello se levanta y camina hacia las aguas para sacar las algas que son el trabajo de todos en El Gaucho, en Paposo. A diferencia de otros recolectores en la comunidad, Secundino solo se guía por su memoria y un pequeño cable. Hace años perdió la vista, pero él quiere seguir trabajando en lo suyo. "Hasta que Dios diga", dice.
Hace siete años que Secundino Tello Pérez, 63 años, no ve el mar. Está sentado frente a él, a unos doscientos metros de la orilla que es su fuente de trabajo y vida desde hace casi dos décadas, pero desde el 2014 -calcula- solo escucha el ruido de las olas, las gaviotas y el agua recogiéndose entre las piedras.
Fue un glaucoma, dice. La misma enfermedad que tuvo su mamá. "Y ahí me quedé así", cuenta, sentado en una banca junto a la puerta de su casa de material ligero en la comunidad de Changos Cazadores en El Gaucho, a unos diez kilómetros al norte de Paposo. Está de sombrero, protegiéndose del fuerte sol del mediodía, con lentes oscuros y una vara en la mano.
Los ojos de Secundino son sus brazos, sus pies y su memoria. Aunque ya no puede ver, su trabajo sacando huiros sigue tal cual como antes. El hombre se levanta de la silla y apunta al camino que hace cada vez que la fuerza del mar le arroja a la orilla el montón de algas que son sustento de los pobladores que viven por estos lados.
De aquí cuento los pasos. Al primer palo tengo cinco.
Secundino camina los cinco pasos y llega a una vara que es la primera estación de su camino al trabajo. De ahí en adelante, un grueso cable de metal tirado en el piso es su guía. Va lento, pero se nota seguro. Entre cable y cable hay paradas, hasta llegar al final, en el montón de rocas que es la orilla de El Gaucho.
Puede bajar dos o tres veces para abajo solo. De repente uno lo agarra del gancho y se lo lleva para hacerle más rápido el viaje- dice Héctor Colque, presidente de la agrupación de Changos Cazadores del poblado. En su celular guarda varios videos y fotos del poblador sacando huiro como uno más, aunque él no los pueda ver.
Su hija Magdalena dice que le gustaría que no trabajara en estos tiempos por el frío que hace, porque se levanta de madrugada a recoger lo que tira el mar.
Él seguirá trabajando porque no le gusta depender de nadie.
El sonido de las olas
Un pequeño aviso verde junto a la ruta que conecta Paposo con Caleta El Cobre anuncia que se ha llegado a El Gaucho, una de las comunidades donde viven los descendientes del pueblo chango, en la costa del sur de la región. Entre rocas y cactus, a lo lejos, se puede ver el puñado de casas donde reside una comunidad que vive principalmente de la recolección de algas.
Es sábado, y mientras la familia organiza el almuerzo del día, Secundino Tello recuerda cuando llegó por estas playas. Fue en 2001, apunta.
Llegué de Ovalle, vine a trabajar a la mina Julia en el 79. Después conocí a la mamá de los niños y nos juntamos.
La vida en El Gaucho es tranquila. Las familias conversan, tiran la talla. Rosana Salas es de Paposo, pero todos los fines de semana va a la comunidad.
Acá vivieron mis abuelitos, todos ellos estaban por acá en las cuevitas donde venían antes. Y ahí empezamos a quedarnos acá. Con mi marido vamos por ahí a la orilla a mariscar y consumimos cuando la mar está
"Él seguirá trabajando porque no le gusta depender de nadie"
Magdalena Tello,, hija de Secundino
buena.
Así como Salas, todos en la costa están atentos al huiro. Manejar la ruta 1 entre El Cobre y Paposo es ver cien kilómetros de costa y solitarios cubos de algas tirados en la orilla, esperando a que el sol las seque lo suficiente para que después un camión se las venga a llevar.
Según José Gutiérrez, presidente de la junta de vecinos de Paposo y emprendedor del huiro, cuenta que se puede pagar hasta 430 mil pesos la tonelada del huiro. El interés de los empresarios está en el alginato, un espesante que se extrae de esa alga que usted podría encontrar en su pasta de dientes más cercana.
Por ende, muchos quieren trabajarlo. El problema es que hay formas de sacarlo como con el barreteo, práctica que está prohibida por el daño al ecosistema que significa arrancar el alga con un chuzo.
-La gente del lugar siempre tiende a cuidar y sacar lo más grande, pero la gente que viene a trabajar un tiempo y se va, arrasa con todo. Y ahí uno se queda sin el producto, entonces eso es lo que siempre se reclama, que el fiscalizador vaya a las playas y fiscalice completo, porque hay mucha gente que no tiene permiso y trabajan, sacan lo que quieren.
Entre sol y huiros
Volviendo a El Gaucho, Héctor Colque destaca el temple a toda prueba de don Secundino. Tanta admiración tienen por su trabajo -pese a las dificultades físicas- en la comunidad, que varias veces lo han postulado a concursos como mejor trabajador. Colque mira al mar, es época de marejada y peligrosa para quienes quieran adentrarse a las aguas.
-De repente la mar está así y él está metido en el agua. Está solito, no le gusta tampoco que le entorpezcan que haga algo, y se desenvuelve solo.
A don Secundino no le gusta que lo molesten cuando está haciendo algo. Los vecinos de El Gaucho comentan que suele decir que él puede hacerlo. Hay veces en que son las 2 de la mañana y ahí está, abajo, en el mar, sacando huiros.
-Hasta que Dios diga no más- se ríe.