A una semana del plebiscito, Chile recuerda un año del estallido social
Mañana se cumple un año desde que se produjera la movilización social más grande que se recuerde desde el regreso a la democracia. Un año de demandas de justicia y dignidad, pero también de sufrimiento, muertos y heridos. La consecuencia institucional inmediata se verá este próximo domingo, con el plebiscito constitucional.
Cuando a principios de octubre de 2019 los estudiantes secundarios de Santiago comenzaron a saltarse los torniquetes del metro en protesta por el alza de 30 pesos en el valor del pasaje, quizás la clase política pensaba que se trataba de otra protesta más. De ahí pudo haber salido el célebre "cabros, esto no prendió" que dijo en una entrevista el ex presidente de Metro, Clemente Pérez. Hasta entonces, desde el regreso a la democracia en adelante, los movimientos anteriores habían durado meses, pero estaban acotados a un sector específico. Por ejemplo, la revolución pingüina del 2006, o el movimiento estudiantil de 2011. Demandas -educación de calidad, universidad gratuita- que fueron marcando precedentes. Había un descontento, algo se estaba haciendo mal.
Pero "esto", sí prendió. Y prendió en todos los sectores de la sociedad: a los secundarios les siguieron jubilados hartos de recibir pensiones míseras, pobladores pidiendo viviendas dignas, personas esperando por una atención de calidad en la salud. El 18 de octubre, todo ese malestar acumulado se hizo evidente y en las calles ya eran miles. Después fueron millones.
Las barricadas se multiplicaron por la capital. En la tarde ya no había transporte público y varias estaciones de metro estaban cubiertas por el fuego. Se escuchaban los primeros "clic, clic, clic" de las ollas y sartenes, que después fueron extendiéndose a todo el país. Parte del edificio de Enel, en el centro de Santiago, en llamas.
Al día siguiente, el estallido social ya era una realidad en todas las regiones. El Presidente Sebastián Piñera decretó el Estado de Emergencia en la capital, y el Diario Oficial se iba constantemente actualizándose para ir agregando una nueva zona en ese estado. Antofagasta se sumó el 20 de octubre, Mejillones, Calama y Tocopilla el 22. Por primera vez en décadas, volvimos a tener toque de queda y militares en las calles, metralleta en mano, custodiando la seguridad.
Fuego
Al igual que en el resto del país, Antofagasta mostró todas las caras de la protesta. El lunes 21, miles marchaban por el paseo Prat con pancartas, gritos y sueños de un país mejor, acompañados por la música de tambores e instrumentos de viento que hacían la comparsa de una protesta que pedía un cambio profundo en el país. Algunas tiendas amanecieron saqueadas, otros comenzaron a cubrir sus mamparas de vidrio con madera o fierro para evitar destrozos.
"Hay que llegar hasta el último. Hasta que las cosas cambien", decía David Castillo, uno de los manifestantes que salió esos días. "Desde que llegó la democracia son todos lo mismo. Lo que cambia son las moscas", reclamaba Jorge Ortiz, pensionado que decía estar molesto con que los parlamentarios ganan millones, mientras que los universitarios salían de sus carreras todos encalillades.
En Antofagasta comenzaron a verse los primeros enfrentamientos y un centro que se cerraba a la primera barricada. Carabineros dejando irrespirable el centro de gases lacrimógenos, encapuchados lanzando una lluvia de piedrazos a la comisaría de Bonilla, policías usando hondas para reprimir a los manifestantes, supermercados siendo saqueados hasta el cansancio, gente enfrentándose con otra gente porque se pelaban displays de cerveza. En la tarde, antofagastinos apurados tomando micro para que no los pillara el toque de queda en la calle, y cuando la noche llegaba, otra vez: Clic, clic, clic.