Las lejanas huellas del príncipe ruso que tuvo su reino en Paposo
Jorge Egbert Maximiliano, Príncipe de Lieven, llego a Chile desde Letonia -parte del imperio ruso- tras casarse con Marta Latorre, hija del almirante que participara en la Guerra del Pacífico. Asiduo bohemio y fiero terrateniente, el Príncipe se estableció en Paposo en una mansión que luego fue restaurante y hoy es un club deportivo en un terreno que nadie reclama.
Mi papá era guarda-hilo- dice Jaime Espinoza, presidente de la Junta de Vecinos de la tranquila caleta de pescadores de Paposo, a 170 kilómetros al sur de Antofagasta, nombrando un oficio ya olvidado pero importantísimo para conectar el norte con el resto del país. -Él estaba a cargo de Correos y Telégrafos acá. Tenían las líneas de teléfono y acá mismo llegaban los telegramas- cuenta.
Paposo, al sur de la región de Antofagasta, es uno de los pocos pueblos que aún -en plena era del Instagram- se puede considerar como lejos de todo. En 337 años de historia, hasta el día de hoy sus habitantes no tienen agua potable ni alcantarillado, la señal de celular llega intermitente y, si hay algún accidente grave cerca, la ambulancia deberá recorrer 170 kilómetros de desierto para ir al norte hacia Antofagasta, o ir al sur en una previa escala en Taltal. Si no fuera por la ruta semi-costera inaugurada en 2010, por acá no se verían ni los buses interurbanos.
El papa de Jaime, don Luis Espinoza, era uno de los pocos chilenos que se atrevió a venir del sur para trabajar en este perdido punto del desierto. A mediados de los 70, Luis no solamente estaba a cargo de Correos y Telégrafos, sino de casi todo: delegado de gobierno, presidente del club, carabinero... todo, digamos. Él le contó a su hijo la historia de Jorge Egbert Maximiliano de Lieven, el único príncipe que ha vivido en este pueblo.
-Yo me acuerdo de los restos nomás. Que habían hartas carretas, mulares, servidumbre, caballerizas...
El príncipe de lieven
A principios del siglo XX, en Paposo -que hasta antes de la Guerra del Pacífico fue frontera norte del país- vivían dos hijos del almirante Juan José Latorre, quien años antes había derrotado y capturado al "Huáscar" en el Combate de Angamos. Arturo se dedicó un tiempo a la incipiente minería y Marta decidió radicarse en el pueblo cuidando la fortuna familiar.
Hay varias versiones de cómo Marta llegó a conocer a Egbert Georg Maximilian, nacido en la ciudad letonesa de Mitau (hoy Jelgava) el 23 de septiembre de 1898, cuando ese lugar del mundo aún era parte del Imperio Ruso, aunque por años estuvo controlado también por polacos y alemanes. Se dice que ella lo conoció en uno de sus viajes por Europa, como también que venía en la comitiva de Enrique de Prusia cuando vino a visitar Chile en 1914. Como sea, ella se lo trajo a la casa construida por José Antonio Moreno -considerado un fundador de Taltal- en Paposo.
-Aquí hacían la comida, nos traían a comer aquí- dice Jaime Espinoza apuntando lo que queda de la enorme mansión donde llegó a vivir el príncipe ruso, en una geografía que no se debe parecer en nada a Letonia. Jaime no conoció a la realeza paposina pero sí a lo que vino después, un restaurant que también se fue de acá y dejó cientos de botellas de bebidas de la CCU, tiradas en medio de las actuales ruinas.
El papá de Jaime -que sí conoció al noble Jorge Maximiliano- contó en los años ochenta a la "Revista del Domingo" que el príncipe de Lieven era buena persona, pero flojazo. En la estancia paposina de finales de los 30, los negocios mineros estaban a cargo de la familia Prenafeta de Taltal. Carlos Prenafeta, padre e hijo, les dieron facilidades a Jorge Maximiliano con un crédito que serviría para explotar las minas cercanas, pero el príncipe -al parecer- estaba más preocupado de carretear, especialmente en los salones donde iba la gente importante de Taltal, en el Club del puerto y en la Sociedad Protectora de Empleados.
Aunque nunca se tuvo certeza si efectivamente un príncipe -aunque la descendencia nobiliaria sí tenía-, en la práctica eso no valía nada en esos años. Letonia firmó su independencia en 1918, pero con el tiempo pasó a ser absorbida por la Unión Soviética, cuyos dueños del poder no tenían ninguna simpatía por cualquier cosa que oliese a dinastía de algo.
Por entonces, el príncipe de Lieven tenía su único reino en el desierto de Atacama y lo hacía notar. La leyenda dice que en la casa de Paposo había servidumbre que recogía decenas de huevos de sus gallinas, además de tener un invernadero con toda clase de flores y vegetales, según recoge el blog archivo-paposo.
Como tenía fama de medio dictador, un paposino asegura que Jorge Egbert cerró todas las bajadas a la playa de Paposo con alambres, debiendo intervenir la policía. Mientras le da grandes chupadas a un cigarro Carnival, Vitalio Castillo (75), uno de los habitantes más antiguos de Paposo y pescador manero de congrios, se limita a contar que la comitiva del príncipe era "gente buena", pero que recuerda muy poco de ellos.
El fin del reino
Es 1938 y el Frente Popular triunfa en las elecciones de ese año, alzando como presidente a Pedro Aguirre Cerda. El presidente no la tuvo fácil en los primeros meses. Un terremoto destruía Chillán en los primeros meses del 39 y, después, Carlos Ibañez del Campo intenta darle un golpe de estado tratando de sublevar el Regimiento Tacna (el "Ariostazo") que, por suerte, no llegó a nada. A miles de kilómetros de la capital, en Paposo, el príncipe de Lieven está horrorizado. Cree que la llegada de Aguirre Cerda es la próxima instalación de una nueva república de los Soviet en la tierra de los copihues. Jorge Maximiliano detestaba a don Pedro. Le llamaba "indio bolchevique", aseguraba Luis.
En ese tiempo, el príncipe de Lieven ya no tenía el crédito que le había ofrecido Carlos Prenafeta Julio, porque la familia Latorre pidió cesarlo. Jorge Maximiliano se estaba gastando gran parte del dinero en sus fiestas en Taltal, hasta que un día una de ellas le selló la suerte. La leyenda dice que el príncipe, embrujado por el copete, salió al balcón de la Sociedad Protectora para gritarle al pueblo de Taltal a que se levantara en armas y derrocara a Aguirre Cerda, quien supuestamente preparaba la llegada de los bolcheviques.
Como se sabe, ningún golpe de estado salió de las tierras taltalinas. Pero el príncipe estaba tan enojado porque -según él y el relato popular- en Rusia a su familia le habían quitado todos sus bienes y títulos nobiliarios, obligándolos a vivir en esclavitud. El gobierno no estaba para tonteras y le pidió al príncipe de Lieven que se fuera del país. El 6 de enero de 1940, el único noble que ha vivido en Paposo tomaba un barco para irse a Lima, donde moriría el 2 de junio de 1946. Ni Marta ni el príncipe de Lieven dejaron descendencia.
La casona, que después pasó a ser administrada por los Prenafeta, hoy luce abandonada. Al entrar por alguna de sus puertas laterales sólo quedan vidrios rotos de botellas de Cachantún y Limón Soda. Gran parte de sus murallas -hechas de adobe y paja- están en ruinas. Sólo queda habitable una parte de ella, donde el Alianza Paposo, único club deportivo del pueblo,se reúne y hace asados antes de ir a jugar a la cancha que ahora está al frente.
-Esto (la casa) no se puede ocupar porque tiene dueño. Ojalá el Estado o Bienes Nacionales se haga parte- dice.
Los últimos habitantes de la casona siguieron dejando su huella. Lo más reciente es una antena de DirecTV conectada apuntando al cielo, oculta entre cañas rotas. Una palmera, que mantiene sus hojas verdes contrastando con el lúgubre gris de la madera empolvada, es lo único que mantiene vivo este lugar histórico.
-Ya no vive nadie ahí- dice el presidente de la junta de vecinos de uno de los pueblos más aislados de la Segunda Región, el único que puede decir que tuvo entre sus residentes a un príncipe ruso, pero que hasta hoy no tiene agua potable.