Conozca a la musa que corona el mural más importante de Chile
Una anciana busca entre sus maletas las fotos de cuando era joven y los hombres caían rendidos a sus pies. Alicia Cuevas tiene 84 años de edad y hoy vive sola en una sencilla casa del pueblo de Yungay, en la Región del Bío Bío. "Sólo encontré ésta", dice a La Estrella, mientras enseña la imagen de una atractiva joven en bikini, tomada en el litoral penquista a fines de los sesenta. En esa época, la mujer fue protagonista de una historia de amor que quedó plasmada en uno de los murales más importantes de Chile: Presencia de América Latina.
Siendo una veinteañera, Alicia trabajó en la Tía Olga y fue allí donde conoció al destacado muralista mexicano Jorge González Camarena, con quien inició una amistad que se mantuvo en el tiempo. Durante 1964 y 1965 el artista azteca trabajó en la obra que caracteriza a la Casa del Arte de la Universidad de Concepción.
"Yo no tengo vergüenza en recordar mi pasado. Viajé por distintos lugares. Nací en la Región de O'Higgins, pero luego recorrí desde Santiago a Punta Arenas y finalmente, llegué a trabajar con la Olguita. Ella era una mujer educada y respetuosa, que me inspiró confianza y afecto. La vida en su casa estaba llena de lujos y a mí me decía 'Pequeña' con mucho cariño", explica Alicia, quien, llena de nostalgia, recordó la muerte de la legendaria "tía" en 2010. Dice que el enterarse de su fallecimiento fue una de las noticias más tristes que han llegado a sus oídos en el último tiempo.
La visita a la casa de citas más legendaria del sur de Chile fue uno de los destinos obligados para el artista mexicano y sus ayudantes, durante su paso por la ciudad universitaria en 1964. El lugar era uno de los epicentros de la bohemia penquista y en él se reunían personajes de toda índole. "Era un lugar amplio, con mucha vida. Recuerdo la chimenea que había al centro. La noche en que conocí a Jorge yo estaba parada junto a ella. Iba vestida como bailarina. De repente, pasan cuatro personas, uno de ellos me quedó mirando fijamente a los ojos y le dijo al resto 'ahorita si que encontré a la modelo que andaba buscando'. Yo me sonreí, mientras unas chiquillas me decían, 'te lo dijo a ti'. Pero yo pensaba que los hombres decían cualquier cosa con tal de hacerse los lindos con nosotras", relató Alicia, quien no tenía idea, en ese momento, de la identidad del tipo que la había piropeado con tanto talento.
La joven no sabía que González Camarena había sido enviado a Concepción para construir una obra que debía simbolizar la unión entre México y Chile. Poco entendía que, tras el terremoto de 1960, la Universidad de Concepción quedó gravemente dañada y que los aztecas ayudaron a su reconstrucción. El mural coronaría la cooperación. "A mí eso me daba lo mismo, yo acepté porque era bien cabra chica y simplemente quería que él me hiciera famosa", contó entre risas.
Esa noche conversaron harto. Rieron. Se tomaron algunos tragos y quedaron de verse al día siguiente. Ella le explicó que tenía que viajar a Santiago sin falta. Pero él, con harto interés, le dejó un número de teléfono para que lo llamara a la vuelta. "Como a mí siempre me gustó el leseo, lo llamé y nos pusimos de acuerdo para que fuera al lugar en donde estaba pintando el mural. Me di cuenta que su historia era cierta y que no sólo la había contado pa' coquetear. Allí él tenía un cajoncito y me dijo que me subiera", narró con entusiasmo.
Alicia detalló que a ella le dio vergüenza posar desnuda y que estuviera el grupo de asistentes mirando. Por ello le pidió a González Camarena que ambos quedaran a solas para que la dibujara. Su otra condición fue que pusieran papeles alrededor de los vidrios de la Pinacoteca, ya que su desnudo podría haberse visto desde la calle a través de los grandes cristales que rodean la Casa del Arte. El muralista aceptó sus solicitudes y la musa explicó que ello se generó un ambiente de complicidad, de coqueteo mutuo, pero de enorme profesionalismo. Él maravillado con la fisonomía de la muchacha y ella encantada por su habilidad con los acrílicos sobre el áspero estuco.
Actualmente, la mujer habla con un tono lento y pausado. También necesita una muleta para caminar, porque apenas aguanta los dolores que le genera una artrosis. Además, está llena de otros problemas por tener que vivir con una pensión miserable. Sin embargo, parece revivir y recuperar la gloria de sus años dorados mientras recuerda la escena que marcó uno de los momentos más emocionantes de su vida.
Alicia Cuevas piensa, recuerda y se ríe. "¡Yo fui bien tonta, ah!", exclama. Luego agrega: "Ese día yo andaba con una bata blanca con negra a rallas. No era muy bonita y con el tiempo la terminé botando a la basura. Tiempo después, cuando regresé a ver el mural, me di cuenta que él había hecho los mismos detalles de la tela cayendo desde mis brazos". Se termina un té, se sienta junto a su comedor y suspira mientras dice "debí haberla guardado, oh".
Se acompañaron
Pasaron los días y González Camarena continuó en Chile para culminar su obra. El trabajo no fue fácil y, de seguro le costó más de un mal rato. La pega era enorme: debía plasmar la fraternidad de los pueblos latinoamericanos en 300 metros cuadrados de muro sólido, pasando por partes planas, sectores oblicuos e incluso una escalera en espiral. Todo con la finalidad de contar una historia que se lee desde derecha a izquierda. Arriba aparece el verso de Pablo Neruda, extracto de Américas, en donde pone "…y no hay belleza como esta belleza de América extendida en sus cerros de piedra y poderío, en sus ríos atávicos y eternos...".
El muralista contó con la asistencia de cinco personas. Pero la leyenda popular narra que hubo una sexta: Alicia Cuevas, quien se encargó de darle consuelo en los momentos difíciles y sacarlo a conocer la ciudad. "Íbamos a la playa. La gente nos miraba harto, porque yo era bien provocativa y él, era un hombre mucho mayor que yo. Pero a él le daba lo mismo. Me besaba en público, no le importaba lo que dijera el resto", cuenta.
Cuando el mural se completó, ambos se dijeron adiós. Alicia cuenta que él la invitó a que se fuera a México con él, pero que no se atrevió. Ambos tenían familia y prefirió no dar el salto. 55 años después asegura que se arrepiente.
La mujer confesó que después de ese fugaz romance nunca volvió a tener suerte con los hombres. Se casó tres veces y todas las relaciones terminaron mal. "Después de todas esas malas experiencias, dejé de creer en el amor. Hubo un momento en que traté de averiguar qué había sido del mexicano, pero me enteré de que había fallecido hacía muchos años", aclaró.
Volvió a ver la obra
"Con lo que ganó en Concepción y en otros lugares del país, Alicia Cuevas llegó a vivir a Yungay, un pueblo de acento rural, del cual se enamoró y allí se quedó. "Tuve un negocio. Era como una disco en la que hacíamos eventos. Aprendí harto de la Olguita y traté de replicar lo mismo. Lamentablemente, mi negocio se destruyó con el terremoto. Perdí todo lo que tenía", sostuvo.
El desastre del 27-F acabó con su local y también fracturó el mural en el que está inmortalizada su juventud. "Con cada réplica, yo pensaba en la pintura. Me daba mucho miedo que se destruyera. Tiempo después llegó un grupo de restauradores y reparó las fisuras. Yo también fui a verlo tras el terremoto. Parece que me acerqué demasiado. No sabía que no se podía tocar, pero yo quise sentir la pintura, porque era yo quien estaba ahí. Una persona me retó y no me creyó que yo había sido la modelo. Bueno, estaba bien difícil creerlo, porque ya no nos parecemos en nada", concluyó la anciana, quien, pese a ser fugazmente nombrada en la historia oficial, es un patrimonio vivo de una historia que es transmitida de generación en generación.
Cabe señalar que La Estrella consultó a la Casa del Arte de la Universidad de Concepción sobre el conocimiento de la entidad acerca de esta historia popular. Ello se confirmó, pero no se quiso entrar en mayores detalles sobre su veracidad. Junto con el Campanil, el mural Presencia de América Latina, forma parte de los monumentos históricos del país. J